Acostumbro iniciar varias de mis clases con una sesión sobre el choque cultural. En ella los estudiantes leen el relato de un antropólogo que cuenta cómo fue su primera experiencia viajando a otra cultura. Es común que la primera sensación, a la llegada, sea de contraste fuerte, a veces violento, con los modos de vida en la cultura de origen del viajero. Luego, poco a poco, irá apreciando la cultura que lo acoge, hasta que se acaba por identificar con ella. En nuestro caso, no vivimos un contraste fuerte con nuestras culturas de origen. María José está ya muy colombianizada y conocemos ciudades con mucha contaminación y que vierten sus peores desechos en sus rios o en el mar. Pensemos en Buenaventura, Quibdó, o las mismas Cartagena o Barranquilla, que en muchos puntos tienen graves problemas sanitarios. O en el desastre del relleno sanitario doña Juana en Bogotá, hace años, cuando una acumulación de gases hizo explotar el relleno y se taponó el rio Tunjuelo por más de medio año, expandiendo malos olores hasta más de 30 kilómetros a la redonda.
Más bien, nuestro problema con los malos olores y los problemas sanitarios en Recife es una constatación de nuestros problemas comunes por resolver, y el centro de Recife es uno de los lugares que necesitan acciones importantes en materia de sanidad. Eso sí, el barrio antiguo está siendo recuperado hace tiempo, y las calles alrededor de la plaza de Arsenal y del Punto Cero son hermosísimas, así como también su gente, tanto físicamente, como en el trato. Ya hemos dicho lo mucho que nos gustó caminar una tarde de domingo de ensayo en ensayo de los maracatús (y se nos nota por las caras y el baile en el blog de Ricardo e Yone).
Con esta imposición, nos encontramos en el Terminal de Transporte (A Rodoviaria) de Salvador a las 7:00 a.m., en plena hora pico de la ciudad, sin saber para donde coger, ni como llegar al lugar donde nos alquilaban la habitación. La señora con la que hablé no había respondido a mis correos electrónicos y tuve que llamar por teléfono para pedir las indicaciones justo el día antes, de manera que no alcanzamos a ver ningún plano de la ciudad. Las referencias las había escrito como las oí, a sabiendas de que podía estar errado. Estuvimos más o menos 40 minutos preguntando por el bus para Dseño bello (Dsenho Velho). La mayoría de gente no nos hacía caso, como era hora pico, todo el mundo tenía prisa y nadie quería entretenerse tratando de entender a dos turistas raros, que ni se sabe de dónde son. Algunos de los lugares por donde habia que pasar nos parecían sucios y dudábamos si era por ahí que había que pasar, pero de ese modo salimos del terminal, tomamos un puente peatonal lleno de vendedores callejeros. El puente pasa por encima de un caño picho, digno de los mejores de Bogotá, y va para el separador central de una avenida gigante donde una marea humana luchaba por conseguir puesto en el bus que los lleva al trabajo. Algunas personas finalmente nos atendían, nos entendían y nos enviaban a diferentes lugares donde pasaba el supuesto bus, pero en todas partes tardaba y cuando preguntábamos a otras personas, de nuevo nos hacían devolver. Por ejemplo, nos devolvimos al terminal a los 20 minutos de estar en el separador de la gran avenida. Luego, cuando decíamos que era para el barrio de Brotas, nos daban otras orientaciones. Así, pasamos otros 40 minutos sin decidirnos si coger para Brotas o para Dsenho Velho. Entonces tratabamos de llamar a la casa donde nos alquilaban el cuarto y ningún teléfono del Terminal servía. Finalmente, cuando la mayoría de las orientaciones de los pocos colaboradores coincidieron, vino la revelación: un bus decía por el costado "Engenho Velho de Brotas". ¡Eureka! Era nuestro bus, pero cuando vimos el aviso, el bus salió y no lo pudimos tomar. El siguiente tardó 20 minutos en llegar. Y para tomarlo hubo que hacer una fila larga y apretarnos en el bus con las maletas (especialmente la mía, que es la más grande), incomodándo a la gente y preguntando cómo llegabamos a la rua Urbino Aguiar, que obviamente nadie conocía. Tampoco conocían el punto de referencia: "colegio Goscalmum". Pero de tanto preguntar y molestar, una estudiante que estaba al lado de la señora que trataba de entendernos, preguntó dos veces qué cuál colegio. Hizo un esfuerzo y finalmente dijo que era su colegio y que iba para allá, nos mostró la camiseta del uniforme "Colegio Goes Calmon". A la fecha aún no sé cuál es la pronunciación correcta. Entonces, progresivamente, a medida que nos alejábamos de la estación rodoviaria, (terminal de transporte), la gente a nuestro alrededor en el bus, comenzó a recuperar su humanidad y a actuar amablemente y más relajados. Un señor que había dicho a María José que no era cosa suya ayudarnos, sino del taquillero del bus (en Salvador y Recife se entra por atrás a los buses y un señor allí cobra para dejar pasar a los pasajeros por la registradora), ahora decía que el taquillero tenía güevo de no decirnos dónde era que nos teníamos que bajar. La señora de atrás de la que nos ayudó aprobaba todo lo que la de adelante decía y los demás pasajeros a nuestro alrededor comentaban la jugada la importancia de ayudar al viajero.
Luego, cuando llegamos a la casa donde nos habían ofrecido alquilar una habitación, salio del apartamento de nuestros anfitriones un perro ladrando amenazador. Era un pitbull. y el otro es de esa raza peluda que parecen leones, y que en Bogotá gustan tanto en los montallantas de barrio popular. Pensamos que nos estábamos metiendo en la cueva de un par de perros y que quizás tendríamos que buscar otro lugar, con maletas, lejos del centro, de los lugares turísticos, de cualquier hotel... Pero la señora Ángela nos tranquilizó rápidamente. Nos dijo que era en el apartamento de arriba, compartido con dos estudiantes, pero que ahora habían salido por un par de semanas, así que estaríamos prácticamente solos.
Vino un poco de calma, pues el apartamento es grande y cómodo, y estaba muy limpió y bien arreglado. Además, con acceso a internet... todo bien, después de pagar sólo faltaba el recibo. Mientras, salimos a la zona turística, que se llama Pelourinho. Preguntamos si por aquí pasa el bus para allá. Nos dijeron que sí, asi que, sin perder tiempo, nos fuimos para allá. Nos bajamos en el lugar indicado, un barrio al lado de Pelourinho, llamado Barroquinha. Muy pintoresco, entramos en una plaza de mercado interesante, pero sólo vimos los puestos cerrados y en la puerta de atrás, asomamos la cabeza y vimos algunos transeúntes esqueléticos y carichupados caminando unos con camisa y otros sin camisa. Así que salimos corriendo hacia la iglesia de pinta turística más cercana, y obviamente disimulando, pues parece que nos habíamos metido en una olla.
La siguiente hora, estuvimos saliendo y entrando caprichosamente de olla en olla, mientras en las calles en poco mejores que veíamos nos tratábamos de orientar con el plano de la ciudad que afortunadamente nos acababa de dar Ángela, nuestra anfitriona esa mañana. Cuando realmente entendimos el plano, pues la ciudad no tiene calles rectas y la escala no da para que todas las calles estén en el plano y las más pequeñas no están señaladas, nos pusimos en línea recta hacia el barrio turístico y allí fue cuando nos metimos en la olla más notable, donde con movimientos perezosos y temblorosos, seis o siete esqueletos fumaban baretos debajode un árbol al lado de la calle única que nos llevaba a la Joaquim Seabra, paso obligado para llegar a donde queríamos. Un esqueleto de señora trataba de tapar a su compañero con una camisa para que nos viera que estaba fumando. Un paisaje triste que recorrimos con el corazón en la mano y pensando que nos habíamos equivocado de ciudad.
Olá amigos.
ResponderEliminarO primeiro dia em uma cidade desconhecida é sempre difícil. Depois que aprendemos a nos locomover e que vamos conhecendo a cultura, as pessoas, as ruas e praças, começamos a ver as coisas boas e bonitas e passamos a apreciar mais o passeio.
Boa sorte e boa viagem.
Abraços:
Yone e Ricardo.