martes, 29 de noviembre de 2011

La llegada a Salvador

Algunos amigos de Recife me manifestaron su incomodidad con el inicio del artículo "Tubarãos", en el que cuento las primeras sensaciones del día que llegamos con la mona a Recife. Ciertamente, no es agradable que alguien venga a la ciudad de uno y se ponga a escribir que huele mal y está desordenada. Pero no es eso exactamente lo que dice en esos párrafos. Ellos se refieren sólo a la primera sensación, a la salida del metro en el centro de la ciudad, y al trayecto que hay que hacer a pié entre el aeropuerto y la estación del metro.

Acostumbro iniciar varias de mis clases con una sesión sobre el choque cultural. En ella los estudiantes leen el relato de un antropólogo que cuenta cómo fue su primera experiencia viajando a otra cultura. Es común que la primera sensación, a la llegada, sea de contraste fuerte, a veces violento, con los modos de vida en la cultura de origen del viajero. Luego, poco a poco, irá apreciando la cultura que lo acoge, hasta que se acaba por identificar con ella. En nuestro caso, no vivimos un contraste fuerte con nuestras culturas de origen. María José está ya muy colombianizada y conocemos ciudades con mucha contaminación y que vierten sus peores desechos en sus rios o en el mar. Pensemos en Buenaventura, Quibdó, o las mismas Cartagena o Barranquilla, que en muchos puntos tienen graves problemas sanitarios. O en el desastre del relleno sanitario doña Juana en Bogotá, hace años, cuando una acumulación de gases hizo explotar el relleno y se taponó el rio Tunjuelo por más de medio año, expandiendo malos olores hasta más de 30 kilómetros a la redonda.

Más bien, nuestro problema con los malos olores y los problemas sanitarios en Recife es una constatación de nuestros problemas comunes por resolver, y el centro de Recife es uno de los lugares que necesitan acciones importantes en materia de sanidad. Eso sí, el barrio antiguo está siendo recuperado hace tiempo, y las calles alrededor de la plaza de Arsenal y del Punto Cero son hermosísimas, así como también su gente, tanto físicamente, como en el trato. Ya hemos dicho lo mucho que nos gustó caminar una tarde de domingo de ensayo en ensayo de los maracatús (y se nos nota por las caras y el baile en el blog de Ricardo e Yone).


Ahora tengo que decir que nos pasó algo parecido cuando llegamos a Salvador. Viajamos haciendo escalas en Guaranhus, Maceió y Aracajú, a lo largo de seis días. En Aracajú, ya nuestros anfitriones nos advirtieron que íbamos para una ciudad difícil e insegura. Sin embargo, la primera incomodidad fue que no teníamos opciones para viajar allí durante el día, como es nuestra costumbre, para poder ver el paisaje, tener idea de los lugares por donde pasamos y dormir mejor (en lugares quietos). Pero las empresas prefieren viajar de noche y el monopolio lo tiene "Senhor de Bonfim" (con lo poderoso que es para los milagros, cualquiera le hace competencia, al parecer la gente se lo piensa dos veces antes de desafiarlo).

Con esta imposición, nos encontramos en el Terminal de Transporte (A Rodoviaria) de Salvador a las 7:00 a.m., en plena hora pico de la ciudad, sin saber para donde coger, ni como llegar al lugar donde nos alquilaban la habitación. La señora con la que hablé no había respondido a mis correos electrónicos y tuve que llamar por teléfono para pedir las indicaciones justo el día antes, de manera que no alcanzamos a ver ningún plano de la ciudad. Las referencias las había escrito como las oí, a sabiendas de que podía estar errado. Estuvimos más o menos 40 minutos preguntando por el bus para Dseño bello (Dsenho Velho). La mayoría de gente no nos hacía caso, como era hora pico, todo el mundo tenía prisa y nadie quería entretenerse tratando de entender a dos turistas raros, que ni se sabe de dónde son. Algunos de los lugares por donde habia que pasar nos parecían sucios y dudábamos si era por ahí que había que pasar, pero de ese modo salimos del terminal, tomamos un puente peatonal lleno de vendedores callejeros. El puente pasa  por encima de un caño picho, digno de los mejores de Bogotá, y va para el separador central de una avenida gigante donde una marea humana luchaba por conseguir puesto en el bus que los lleva al trabajo. Algunas personas finalmente nos atendían, nos entendían y nos enviaban a diferentes lugares donde pasaba el supuesto bus, pero en todas partes tardaba y cuando preguntábamos a otras personas, de nuevo nos hacían devolver. Por ejemplo, nos devolvimos al terminal a los 20 minutos de estar en el separador de la gran avenida. Luego, cuando decíamos que era para el barrio de Brotas, nos daban otras orientaciones. Así, pasamos otros  40 minutos sin decidirnos si coger para Brotas o para Dsenho Velho. Entonces tratabamos de llamar a la casa donde nos alquilaban el cuarto y ningún teléfono del Terminal servía. Finalmente, cuando la mayoría de las orientaciones de los pocos colaboradores coincidieron, vino la revelación: un bus decía por el costado "Engenho Velho de Brotas". ¡Eureka! Era nuestro bus, pero cuando vimos el aviso, el bus salió y no lo pudimos tomar. El siguiente tardó 20 minutos en llegar. Y para tomarlo hubo que hacer una fila larga y apretarnos en el bus con las maletas (especialmente la mía, que es la más grande), incomodándo a la gente y preguntando cómo llegabamos a la rua Urbino Aguiar, que obviamente nadie conocía. Tampoco conocían el punto de referencia: "colegio Goscalmum". Pero de tanto preguntar y molestar, una estudiante que estaba al lado de la señora que trataba de entendernos, preguntó dos veces qué cuál colegio. Hizo un esfuerzo y finalmente dijo que era su colegio y que iba para allá, nos mostró la camiseta del uniforme "Colegio Goes Calmon". A la fecha aún no sé cuál es la pronunciación correcta. Entonces, progresivamente, a medida que nos alejábamos de la estación rodoviaria, (terminal de transporte), la gente a nuestro alrededor en el bus, comenzó a recuperar su humanidad y a actuar amablemente y más relajados. Un señor que había dicho a María José que no era cosa suya ayudarnos, sino del taquillero del bus (en Salvador y Recife se entra por atrás a los buses y un señor allí cobra para dejar pasar a los pasajeros por la registradora), ahora decía que el taquillero tenía güevo de no decirnos dónde era que nos teníamos que bajar. La señora de atrás de la que nos ayudó aprobaba todo lo que la de adelante decía y los demás pasajeros a nuestro alrededor comentaban la jugada la importancia de ayudar al viajero.

Luego, cuando llegamos a la casa donde nos habían ofrecido alquilar una habitación, salio del apartamento de nuestros anfitriones un perro ladrando amenazador. Era un pitbull. y el otro es de esa raza peluda que parecen leones, y que en Bogotá gustan tanto en los montallantas de barrio popular. Pensamos que nos estábamos metiendo en la cueva de un par de perros y que quizás tendríamos que buscar otro lugar, con maletas, lejos del centro, de los lugares turísticos, de cualquier hotel... Pero la señora Ángela nos tranquilizó rápidamente. Nos dijo que era en el apartamento de arriba, compartido con dos estudiantes, pero que ahora habían salido por un par de semanas, así que estaríamos prácticamente solos.

Vino un poco de calma, pues el apartamento es grande y cómodo, y estaba muy limpió y bien arreglado. Además, con acceso a internet... todo bien, después de pagar sólo faltaba el recibo. Mientras, salimos a la zona turística, que se llama Pelourinho. Preguntamos si por aquí pasa el bus para allá. Nos dijeron que sí, asi que, sin perder tiempo, nos fuimos para allá. Nos bajamos en el lugar indicado, un barrio al lado de Pelourinho, llamado Barroquinha. Muy pintoresco, entramos en una plaza de mercado interesante, pero sólo vimos los puestos cerrados y en la puerta de atrás, asomamos la cabeza y vimos algunos transeúntes esqueléticos y carichupados caminando unos con camisa y otros sin camisa. Así que salimos corriendo hacia la iglesia de pinta turística más cercana, y obviamente disimulando, pues parece que nos habíamos metido en una olla.

La siguiente hora, estuvimos saliendo y entrando caprichosamente de olla en olla, mientras en las calles en poco mejores que veíamos nos tratábamos de orientar con el plano de la ciudad que afortunadamente nos acababa de dar Ángela, nuestra anfitriona esa mañana. Cuando realmente entendimos el plano, pues la ciudad no tiene calles rectas y la escala no da para que todas las calles estén en el plano y las más pequeñas no están señaladas, nos pusimos en línea recta hacia el barrio turístico y allí fue cuando nos metimos en la olla más notable, donde con movimientos perezosos y temblorosos, seis o siete esqueletos fumaban baretos debajode un árbol al lado de la calle única que nos llevaba a la Joaquim Seabra, paso obligado para llegar a donde queríamos. Un esqueleto de señora trataba de tapar a su compañero con una camisa para que nos viera que estaba fumando. Un paisaje triste que recorrimos con el corazón en la mano y pensando que nos habíamos equivocado de ciudad.

Grabé bien en mi cabeza esas calles para no volver a pasar por ahí. A media tarde, ya en la plazoleta principal del sector turístico, charlamos con algunos guías. Uno de ellos, alegre, persona de unos 50 años, comentó que los colombianos le parecían buenas personas aunque no acostumbran contratar guía y nos señaló en el mapa las calles por las que acababamos de pasar, diciendo sólo tienen que tener cuidado con estas calles. Otro, en actitud similar, menos comunicativo, nos dijo, sólo no entren a Barroquinha. Con María José nos miramos con cara de ya qué. No lo volveremos a hacer. Pasamos miedo realmente. En una ciudad nueva, uno nunca sabe cómo son las cosas. Menos mal no nos pasó nada.

El resto de tarde la gente nos trató excelentemente y en los días siguientes, nuestra exploración de la ciudad nos ha ido trayendo tantas experiencias inigualables, en lo grande y en lo pequeño, como encontrar charla interesante y amena en los buses, encontrar guías espontáneos que van con nosotros a los lugares y nos hacen charla, ver la mayor cantidad de pececitos con unas gafitas de buceo en piscina apenas a cinco metros de la playa, conocer unos niños y voluntarios superacogedores en una organización comunitaria, participar en una tarde de celebración sobre la conciencia negra en la Escuela de Música de Pracatum, del barrio de Candeal, el de Carlinhos Brown, trotar por la ciudad y descubrir parques y caminos, ir a conciertos y exposiciones en varias partes, conocer muchas playas hermosas, montar en barco a precio de bus urbano para atravesar la Bahía de Todos los Santos hasta la isla de Itaparica, etc. Con el paso de los días, nos damos cuenta que es una ciudad llena de oportunidades. La sensación de desorden, cierta suciedad y falta de hospitalidad del primer día se desvaneció hace ya tiempo y por completo. Nos parece ya que sólo fue una sucesión de malas coincidencias.




1 comentario:

  1. Olá amigos.
    O primeiro dia em uma cidade desconhecida é sempre difícil. Depois que aprendemos a nos locomover e que vamos conhecendo a cultura, as pessoas, as ruas e praças, começamos a ver as coisas boas e bonitas e passamos a apreciar mais o passeio.
    Boa sorte e boa viagem.
    Abraços:
    Yone e Ricardo.

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