martes, 29 de noviembre de 2011

La llegada a Salvador

Algunos amigos de Recife me manifestaron su incomodidad con el inicio del artículo "Tubarãos", en el que cuento las primeras sensaciones del día que llegamos con la mona a Recife. Ciertamente, no es agradable que alguien venga a la ciudad de uno y se ponga a escribir que huele mal y está desordenada. Pero no es eso exactamente lo que dice en esos párrafos. Ellos se refieren sólo a la primera sensación, a la salida del metro en el centro de la ciudad, y al trayecto que hay que hacer a pié entre el aeropuerto y la estación del metro.

Acostumbro iniciar varias de mis clases con una sesión sobre el choque cultural. En ella los estudiantes leen el relato de un antropólogo que cuenta cómo fue su primera experiencia viajando a otra cultura. Es común que la primera sensación, a la llegada, sea de contraste fuerte, a veces violento, con los modos de vida en la cultura de origen del viajero. Luego, poco a poco, irá apreciando la cultura que lo acoge, hasta que se acaba por identificar con ella. En nuestro caso, no vivimos un contraste fuerte con nuestras culturas de origen. María José está ya muy colombianizada y conocemos ciudades con mucha contaminación y que vierten sus peores desechos en sus rios o en el mar. Pensemos en Buenaventura, Quibdó, o las mismas Cartagena o Barranquilla, que en muchos puntos tienen graves problemas sanitarios. O en el desastre del relleno sanitario doña Juana en Bogotá, hace años, cuando una acumulación de gases hizo explotar el relleno y se taponó el rio Tunjuelo por más de medio año, expandiendo malos olores hasta más de 30 kilómetros a la redonda.

Más bien, nuestro problema con los malos olores y los problemas sanitarios en Recife es una constatación de nuestros problemas comunes por resolver, y el centro de Recife es uno de los lugares que necesitan acciones importantes en materia de sanidad. Eso sí, el barrio antiguo está siendo recuperado hace tiempo, y las calles alrededor de la plaza de Arsenal y del Punto Cero son hermosísimas, así como también su gente, tanto físicamente, como en el trato. Ya hemos dicho lo mucho que nos gustó caminar una tarde de domingo de ensayo en ensayo de los maracatús (y se nos nota por las caras y el baile en el blog de Ricardo e Yone).


Ahora tengo que decir que nos pasó algo parecido cuando llegamos a Salvador. Viajamos haciendo escalas en Guaranhus, Maceió y Aracajú, a lo largo de seis días. En Aracajú, ya nuestros anfitriones nos advirtieron que íbamos para una ciudad difícil e insegura. Sin embargo, la primera incomodidad fue que no teníamos opciones para viajar allí durante el día, como es nuestra costumbre, para poder ver el paisaje, tener idea de los lugares por donde pasamos y dormir mejor (en lugares quietos). Pero las empresas prefieren viajar de noche y el monopolio lo tiene "Senhor de Bonfim" (con lo poderoso que es para los milagros, cualquiera le hace competencia, al parecer la gente se lo piensa dos veces antes de desafiarlo).

Con esta imposición, nos encontramos en el Terminal de Transporte (A Rodoviaria) de Salvador a las 7:00 a.m., en plena hora pico de la ciudad, sin saber para donde coger, ni como llegar al lugar donde nos alquilaban la habitación. La señora con la que hablé no había respondido a mis correos electrónicos y tuve que llamar por teléfono para pedir las indicaciones justo el día antes, de manera que no alcanzamos a ver ningún plano de la ciudad. Las referencias las había escrito como las oí, a sabiendas de que podía estar errado. Estuvimos más o menos 40 minutos preguntando por el bus para Dseño bello (Dsenho Velho). La mayoría de gente no nos hacía caso, como era hora pico, todo el mundo tenía prisa y nadie quería entretenerse tratando de entender a dos turistas raros, que ni se sabe de dónde son. Algunos de los lugares por donde habia que pasar nos parecían sucios y dudábamos si era por ahí que había que pasar, pero de ese modo salimos del terminal, tomamos un puente peatonal lleno de vendedores callejeros. El puente pasa  por encima de un caño picho, digno de los mejores de Bogotá, y va para el separador central de una avenida gigante donde una marea humana luchaba por conseguir puesto en el bus que los lleva al trabajo. Algunas personas finalmente nos atendían, nos entendían y nos enviaban a diferentes lugares donde pasaba el supuesto bus, pero en todas partes tardaba y cuando preguntábamos a otras personas, de nuevo nos hacían devolver. Por ejemplo, nos devolvimos al terminal a los 20 minutos de estar en el separador de la gran avenida. Luego, cuando decíamos que era para el barrio de Brotas, nos daban otras orientaciones. Así, pasamos otros  40 minutos sin decidirnos si coger para Brotas o para Dsenho Velho. Entonces tratabamos de llamar a la casa donde nos alquilaban el cuarto y ningún teléfono del Terminal servía. Finalmente, cuando la mayoría de las orientaciones de los pocos colaboradores coincidieron, vino la revelación: un bus decía por el costado "Engenho Velho de Brotas". ¡Eureka! Era nuestro bus, pero cuando vimos el aviso, el bus salió y no lo pudimos tomar. El siguiente tardó 20 minutos en llegar. Y para tomarlo hubo que hacer una fila larga y apretarnos en el bus con las maletas (especialmente la mía, que es la más grande), incomodándo a la gente y preguntando cómo llegabamos a la rua Urbino Aguiar, que obviamente nadie conocía. Tampoco conocían el punto de referencia: "colegio Goscalmum". Pero de tanto preguntar y molestar, una estudiante que estaba al lado de la señora que trataba de entendernos, preguntó dos veces qué cuál colegio. Hizo un esfuerzo y finalmente dijo que era su colegio y que iba para allá, nos mostró la camiseta del uniforme "Colegio Goes Calmon". A la fecha aún no sé cuál es la pronunciación correcta. Entonces, progresivamente, a medida que nos alejábamos de la estación rodoviaria, (terminal de transporte), la gente a nuestro alrededor en el bus, comenzó a recuperar su humanidad y a actuar amablemente y más relajados. Un señor que había dicho a María José que no era cosa suya ayudarnos, sino del taquillero del bus (en Salvador y Recife se entra por atrás a los buses y un señor allí cobra para dejar pasar a los pasajeros por la registradora), ahora decía que el taquillero tenía güevo de no decirnos dónde era que nos teníamos que bajar. La señora de atrás de la que nos ayudó aprobaba todo lo que la de adelante decía y los demás pasajeros a nuestro alrededor comentaban la jugada la importancia de ayudar al viajero.

Luego, cuando llegamos a la casa donde nos habían ofrecido alquilar una habitación, salio del apartamento de nuestros anfitriones un perro ladrando amenazador. Era un pitbull. y el otro es de esa raza peluda que parecen leones, y que en Bogotá gustan tanto en los montallantas de barrio popular. Pensamos que nos estábamos metiendo en la cueva de un par de perros y que quizás tendríamos que buscar otro lugar, con maletas, lejos del centro, de los lugares turísticos, de cualquier hotel... Pero la señora Ángela nos tranquilizó rápidamente. Nos dijo que era en el apartamento de arriba, compartido con dos estudiantes, pero que ahora habían salido por un par de semanas, así que estaríamos prácticamente solos.

Vino un poco de calma, pues el apartamento es grande y cómodo, y estaba muy limpió y bien arreglado. Además, con acceso a internet... todo bien, después de pagar sólo faltaba el recibo. Mientras, salimos a la zona turística, que se llama Pelourinho. Preguntamos si por aquí pasa el bus para allá. Nos dijeron que sí, asi que, sin perder tiempo, nos fuimos para allá. Nos bajamos en el lugar indicado, un barrio al lado de Pelourinho, llamado Barroquinha. Muy pintoresco, entramos en una plaza de mercado interesante, pero sólo vimos los puestos cerrados y en la puerta de atrás, asomamos la cabeza y vimos algunos transeúntes esqueléticos y carichupados caminando unos con camisa y otros sin camisa. Así que salimos corriendo hacia la iglesia de pinta turística más cercana, y obviamente disimulando, pues parece que nos habíamos metido en una olla.

La siguiente hora, estuvimos saliendo y entrando caprichosamente de olla en olla, mientras en las calles en poco mejores que veíamos nos tratábamos de orientar con el plano de la ciudad que afortunadamente nos acababa de dar Ángela, nuestra anfitriona esa mañana. Cuando realmente entendimos el plano, pues la ciudad no tiene calles rectas y la escala no da para que todas las calles estén en el plano y las más pequeñas no están señaladas, nos pusimos en línea recta hacia el barrio turístico y allí fue cuando nos metimos en la olla más notable, donde con movimientos perezosos y temblorosos, seis o siete esqueletos fumaban baretos debajode un árbol al lado de la calle única que nos llevaba a la Joaquim Seabra, paso obligado para llegar a donde queríamos. Un esqueleto de señora trataba de tapar a su compañero con una camisa para que nos viera que estaba fumando. Un paisaje triste que recorrimos con el corazón en la mano y pensando que nos habíamos equivocado de ciudad.

Grabé bien en mi cabeza esas calles para no volver a pasar por ahí. A media tarde, ya en la plazoleta principal del sector turístico, charlamos con algunos guías. Uno de ellos, alegre, persona de unos 50 años, comentó que los colombianos le parecían buenas personas aunque no acostumbran contratar guía y nos señaló en el mapa las calles por las que acababamos de pasar, diciendo sólo tienen que tener cuidado con estas calles. Otro, en actitud similar, menos comunicativo, nos dijo, sólo no entren a Barroquinha. Con María José nos miramos con cara de ya qué. No lo volveremos a hacer. Pasamos miedo realmente. En una ciudad nueva, uno nunca sabe cómo son las cosas. Menos mal no nos pasó nada.

El resto de tarde la gente nos trató excelentemente y en los días siguientes, nuestra exploración de la ciudad nos ha ido trayendo tantas experiencias inigualables, en lo grande y en lo pequeño, como encontrar charla interesante y amena en los buses, encontrar guías espontáneos que van con nosotros a los lugares y nos hacen charla, ver la mayor cantidad de pececitos con unas gafitas de buceo en piscina apenas a cinco metros de la playa, conocer unos niños y voluntarios superacogedores en una organización comunitaria, participar en una tarde de celebración sobre la conciencia negra en la Escuela de Música de Pracatum, del barrio de Candeal, el de Carlinhos Brown, trotar por la ciudad y descubrir parques y caminos, ir a conciertos y exposiciones en varias partes, conocer muchas playas hermosas, montar en barco a precio de bus urbano para atravesar la Bahía de Todos los Santos hasta la isla de Itaparica, etc. Con el paso de los días, nos damos cuenta que es una ciudad llena de oportunidades. La sensación de desorden, cierta suciedad y falta de hospitalidad del primer día se desvaneció hace ya tiempo y por completo. Nos parece ya que sólo fue una sucesión de malas coincidencias.




jueves, 24 de noviembre de 2011

Ser colombiano es bueno en Brasil

El amigo de Recife, Mauro, me decía, el día del caldinho de Sururú: -Aquí en Brasil es bueno, y en Recife es donde mejor me ha ido. Hay días que me hago 60, 70 reales, eso en Bogotá es duro. Colombia está difícil para el artesano. En cambio, el brasilero es generoso y curioso, le gusta comprar cositas... también son alegres, les gusta charlar...

En los días siguientes, por las calles, colegios, ambientes comunitarios de varias ciudades hemos corroborado esa impresión. Un señor que vende mangos en Boa Vista, cerca del puente de Boa Vista, Recife, estuvo en Bogotá en la casa de unos amigos.

Otro, que vende pescado en Olinda, por la Rua do Sol, fue marino y estuvo en una competencia internacional en Cartagena, me dijo que había competido con su equipo, contra el Gloria, de Colombia, en ambos casos, nos hicieron rebajas sustanciosas.

Un rasta que pinta camisas en una calle turística de Pelourinho, el barrio más antiguo, en el centro de Salvador, tiene dos amigos rastas en Cartagena que lo invitaron por estos días para allá, salió hoy, si no recuerdo mal, nos orientó un poco por la zona sin insistir en que compráramos nada. Un señor mayor, en el Mercado Modelo, que está en el puerto de Salvador nos charló como media hora sobre las islas más bonitas para ir a visitar, sobre su barrio (bairro da Paz, la favela grande aquí), cerca al aeropuerto.

Un guía turístico nos orientó igual que el rasta, sin insistir en cobrar por la guianza y charló sobre las muchas cosas en común que tienen los dos países. Advirtiéndonos que evitáramos las calles que acabábamos de recorrer para entrar a Pelourinho. Le dijimos, -sí, ya nos dimos cuenta...

El mismo Lauzi, quien nos dio posada en Aracajú, acababa de regresar de Colombia pocos días antes de nosotros llegar a su casa. Quedó tan impresionado y contento que nos atendió a cuerpo de rey y nos pidió que le enseñáramos a hacer arepas.

De encime, le enseñamos también a hacer patacón (unos amigos colombianos que viven en São Paulo, nos habían dicho que en Brasil no se consigue platano verde, eso cambia en el noreste de Brasil). Él nos llevó por todas partes durante la noche y el día que pasamos en su casa.

Pero lo más bonito que hemos podido tener como colombianos por aquí, es la reacción de los niños y jóvenes en los lugares donde hemos podido tener algún tipo de encuentro. En el colegio de Paranatama, cerca de Guaranhus, donde nos recibió Rubens, amigo de Carolina, ilustre eleusina de la localidad 5, Bogotá, los niños no sabían dónde quedaba Colombia, y alguno dijo "en Africa?". Pero después de charlar un poco, responder a sus preguntas y mostrar algunos pasos que les hicieron reir, unos cuantos se querían tomar fotos con nosotros. Parecían niños colombianos de cualquier zona rural del valle del Magdalena o la costa. Muy despiertos y animados. También aquí, en Salvador, ayer en la tarde, un ratico que estuvimos en la sede del proyecto Criar e Crescer - Guerreiros da Paz, los niños jugaron "llegó carta", "ritmo" e hicieron dibujos de lo que les gustaría mostrar a una pareja de turistas colombianos en Salvador.




Más tarde, aproveché que María José tenía un trabajo que hacer y me pasé por la sede de Pracatum, la escuela de Música que creo Carlinhos Brown en el barrio de Candeal, la zona afro más afro en la mitad de la ciudad. En estos días se celebró en Brasil el dia de la conciencia negra, que aquí es el 20 de noviembre, fecha en que murió Zumbi, el líder del primer quilombo brasilero, que fue en un pueblo cerca de Guaranhus, llamado Palmares (en bus pasamos por ahí pero no sabíamos así que no nos pudimos bajar). Aquí en Salvador, ya nos tomamos la foto en la estatua correspondiente.


Entonces, la actividad era una premiación de las actividades que los grupos de la escuela habian hecho durante la semana en una gimcana conmemorativa de la conciencia negra. Pero como aún tenemos pendiente otra visita más a Pracatum mejor escribo sobre eso más adelante. Sólo para redondear la lista de experiencias chéveres por ser colombiano en Brasil, adelanto que llegando como un extraño, sin haber acordado cita ni nada, me dejaron saludar, presentarme y nos invitaron a conocer el centro y charlar con algunos de los grupos, la semana entrante, cuando al estar ya en la última semana, el centro está oficialmente cerrado a visitas.


Un historiador que estuvo en esta actividad me soltó la chiva: la Universidad Federal de Bahía está aumentando la planta docente... Así que, amigos profesores que quieran vivir aquí: a preparar los papeles! Que ser colombiano en Brasil es bueno!

martes, 22 de noviembre de 2011

Dos colombianos excepcionales

Uno de los temas que más nos gustan a los colombianos en el exterior, son las historias de rebusque en el que resaltamos nuestra capacidad de adaptación y fuerza para mantenerse vivo y activo. Del tiempo que llevamos en nuestro viaje en Brasil sólo hemos conocido a dos personas de nuestro país, un colombiano y una colombiana, que serán útiles para alimentar este ego malsano de patria que nos hace mirarnos el ombligo, pero que no consigo evitar que me emocione un poco.

El primero de ellos es Mauro, un artesano que nos cruzamos con María José cuando íbamos a nuestro primer paseo por el Recife histórico. En el último puente que hay que pasar (puente Mauricio de Nassau), a eso de las 7:30 p.m. una hora en que aquí ya está bien oscuro, andando con la precaución típica de bogotano cruzando puente, nos cruzamos al tiempo que él lanzó un breve "bonita su mochila" y "colombiano?". Pasó sin detenernos, consecuencia de la precaución bogotana de en la calle no parar de caminar. Pero después de cuatro metros, dije que sí y pregunté si él también era colombiano. Dijo que sí y nos pusimos a hablar. Dijo que venía de Caqueta y que llevaba tres años en Brasil, su acento ya marcado por tanto hablar portugues. Estaba emocionado y ofreció regalar unos aretes a María José, luego se despidió, invitándonos a una fiesta que había en una casa del barrio del Pilar, ambiente alternativo e interesante, seguramente crítico con las ideas de la prefeitura da cidade. Aunque, nos llamó la atención, no nos animamos, apenas lo acabábamos de conocer.

En los días siguientes nos encontramos un par de veces, siempre invitaba a algún plan. La segunda de estas veces fue en Olinda, acompañados de un joven y entusiasta brasilero -Otavio- que batía sus brazos al hablar, como si fueran las aspas de un molino, y saltaba para indicar que estaba emocionado, Mauro pregunto "y este ya se metió algo?". Como no sabíamos, nos encogimos de hombros, pero el chico brasilero era buen tipo, solo un poco raro y que estaba hoy muy contento. Entonces, él comentó que había una fiesta que se llama la terça negra y que era esa noche. Nos mostró un restaurante cerca de la playa donde hacen caldinho de sururú, un molusco de la región, a 2,50 reales. Barato para el sector. Así que lo invitamos y luego aceptamos el brasilero y yo, ir con él a la fiesta negra, que por lo visto era algo bastante tradicional.

En el camino, sacó su flauta de PVC en el bus y tocó "Moliendo café" y dos canciones brasileras que animaron mucho a la gente, es chistoso, asi que hacía a la gente aplaudir diciéndo "ayudemen, ayudemen". Otavio y yo ayudamos al ambiente y haciendo ver que gente del bus contribuía al arte. Pero por estar ocupados en ello nos pasamos del sitio en que había que bajarse. Tardamos un poco más en llegar, pero al entrar al Patio de San Pedro, que es donde se celebraba la Terça Negra (martes de los negros), el poderío de la música africana me pareció impresionante. Mientras en la tarima grupos de mucha percusión y voces prodigiosas cantaban, entre el público, jóvenes capoeiristas bailaban y se retaban entre ellos, en un ambiente muy alegre y cordial. Mientras tanto, él me contaba detalles de su historia, su paso por las fronteras con Venezuela y luego entre Venezuela y Brasil, su última vez que estuvo en Manizales, donde tenía una novia que estudiaba teatro en la Universidad de Caldas que quiso irse con él. Quedamos de que enviaría algo para ella, pero de pura mala suerte en los días siguientes no nos pudimos charlar de nuevo en condiciones.

La segunda es Diana, una caldense, de Samaná. Sólo de pensar en ese pueblo sentimientos hondos se me atraviesan porque sin conocerlo, es uno de los símbolos de la crueldad de la violencia de la última década en nuestro país. Ella pasó por la fiesta de la casa de Hilton, ya en los últimos días de nuestra estancia en Recife. Allí, la vi mezclada entre un grupo de brasileras que bailaban musica coco, muy tradicional de las zonas rurales del sertón nordestino. Música muy alegre cuyo paso es difícil de coger al comienzo. No sabía que era colombiana. En el baile de la ciranda, en el que toda la gente hace una rueda, estuvimos cerca y nos saludamos con el típico cruce de cejas. Luego de la fiesta, ya charlamos un poco, ella me preguntó si era colombiano y de dónde. Yo le pregunté lo mismo. Entonces me contó que salió en el 2005 del pueblo y que hace un año que está en Brasil. Vive en Olinda y también sabe de artesanías. Intentamos explicar a las personas que estaban con nosotros de lo que estábamos hablando, pero no fuimos capaces de dar a entender la dimensión del horror que se vivió en esa parte de Caldas, donde en los últimos años hubo más de 60.000 personas que quedaron en situación de desplazamiento forzado. Sus padres ya están tratando de volver al pueblo, pero el proceso es difícil. Ojalá cuando vuelva nos invite, para participar un poquito de esa recuperación.

lunes, 21 de noviembre de 2011

Tubarãos y otros amigos

Recién llegados a Recife, nuestros primeros anfitriones fueron Ricardo y Yone, una pareja de pensionados a quienes contactamos por la red couchsurfing y quienes aceptaron darnos hospedaje y mostrarnos la ciudad. Del aeropuerto a la estación del metro hay que atravesar una autopista con tráfico a toda velocidad, de las que definitivamente hay que pasar por la única cebra del único semáforo del sector. La caminata, con preguntas a la gente para orientarnos y todo, nos tomó más de 15 minutos, pero llegamos. La sensación aquí, como en la estación final, que es en el centro de Recife, es que la ciudad es sucia y desordenada. Especialmente los alrededores de la estación son bastante caóticos. A mí me recordó el tráfico de centro de ciudad grande y mediana en Colombia. Pero realmente, más sucio. Como es tierra caliente, los olores de las alcantarillas se lucen en las narices de la gente. Tuvimos nuestra vista de los basureros del río Capibaribe, que es el principal de los que desembocan en la zona costera de la ciudad. Sobre él cruza el puente de Boa Vista, que fue por donde pasamos para ir hacia casa de nuestros anfitriones.



Huele a basurero, pero a lo largo de la calle de la ribera nos tomamos nuestra primera agua de coco (2 reales el coco verde, aunque en algunos puestos venden los pequeños a 1 real), cerca de la casa de la cultura que una vez fue prisión, muy parecida en su estructura al antiguo panóptico nacional, hoy Museo Nacional de Colombia. Después de pasar el puente de Boa Vista, buscar un sitio donde consultar internet y reconocer los primeros puestos de frutas baratas de calle (tres mangos por 2 reales, una patilla de 10 kilos por 2 reales), llegamos a donde Ricardo y Yone. A las 4 p.m. Justo la hora que habíamos dicho que llegaríamos. Aún un poco desconcertados por el cambio de horario, pues Recife tiene una hora corrido el huso horario con respecto al de Salvador, aunque el meridiano es casi el mismo.

Desde el comienzo, nuestros anfritriones fueron super acogedores. Ya comenzamos a charlar de los intercambios de comidas, recetas, del clima en los dos países, de la música, del portugués hablado en Brasil, Yone cantó ya algunas canciones, yo mencioné las que me habían servido para practicar un poquito del idioma antes del viaje. También hablamos del tema más ansiado, especialmente por María José: las playas. Pero Ricardo lanzó una advertencia terrible: Tem que ter cuidado porque o problema de nossas praias é o tubarao. Preguntamos que qué era eso, para asegurarnos que estábamos escuchando bien, y él nos confirmó que hay tiburones y que no es una exageración. En los últimos años, lo normal es que muerdan a una o dos personas al año. En otras explicaciones de los días siguientes, otros amigos nos completaron el panorama: hubo cambios en la organización del litoral de la ciudad. Había un punto del puerto donde los tiburones aprovechaban residuos orgánicos que los humanos dejaban botaban ahí, pero lo quitaron y entonces los tiburones se esparcieron por todo el litoral y llegaron a las playas. Eso fue hace unos 20 años. Sólo se puede uno meter al mar en las partes donde hay barreras de arrecifes que hacen más difícil la entrada al tiburón y ojalá en marea baja. Las playas de Recife y Olinda están llenas de avisos con advertencias de cuidado con los tiburones. A pesar de la tristeza por no podernos meter al mar en todas partes, aprovechamos la situación para tomarnos unas fotos delante de los avisos.

El resto de nuestras aventuras con Ricardo y Yone las registró Ricardo con su cámara y subió las fotos en su blog:

En los días siguientes a los que muestran en su blog, luego de que nos llevaron a Olinda y todo, y se tomaron la foto con Hilton, el dueño del pequeño hotel alternativo donde nos quedamos el resto de las dos semanas recifenses, para asegurarse de que estaríamos bien cuidados, ya nos pusimos a conocer por nuestra cuenta lo que pudimos. Siguen unas fotos en Olinda, la ciudad más antigua de Brasil (1537).





Tienen gigantes, como en las fiestas de Valencia, Cataluña y el sur de Francia. Algunos blocos las sacan al carnaval. En Olinda, algunas casas se han convertido en museos donde los exhiben.


Última foto por hoy: aunque borrosa, fue nuestro primer contacto con la movilización de los negros brasileños. El primer día que tomamos un bus para el centro histórico de Recife, había un trancón. Entonces nos bajamos a ver y nos encontramos con una manifestación por la mejora del sistema de salud en las comunidades negras de Pernambuco, el estado del que Recife es capital. Disculpen la falta de flash en nuestra cámara.


El coco diario y el supercoco

De las aventuras con Ricardo y Yone, ya ellos cuentan bastante en su blog. 

Noten la cara de sorpresa ante la patilla de 10 kilos(bronto-patilla), la fascinación con el cuerpo de María José, la alegría del paseo por el barrio antiguo de Recife donde los domingos ensayan los maracatús y el ambiente fiestero del Hotel de Hilton, donde nos cobraron bien barato y además nos dieron fiesta y todo.

Ricardo y Yone además aportaron varios tópicos brasileros que no son fáciles de olvidar. Como el de la importancia de tomar un coco diario, una nuez de Pará (para los de otros países, nuez de Brasil), y un vaso de supervitamina (una mezcla de guaraná, acaí, linaza y otros varios componentes que garantizan vitalidad todo el día). O como el orgullo pernambucano, famoso en todo Brasil, que hace creer a los turistas que aquí queda el centro comercial (shopping) más grande de Brasil, o la mayor variedad de frutas del mundo, o el carnaval más auténtico, etc. Me sentí identificado pues todo eso también lo tenemos en Chiscas, con todo y ser un pequeño pueblito del norte de Boyacá, donde ni siquiera nací, pero donde visité a mis abuelos cuando niño.

Como la idea era participar también de un poco del ambiente de organizaciones juveniles de la ciudad, a los pocos días de estar en Recife ya fuimos a Diaconía, para ver en qué podíamos contribuir con los grupos de jóvenes con los que ellos trabajan. Ya por correo electrónico, Joselito y Marcelle nos habían comentado algunas de las posibilidades de cosas para hacer. Ya sentados, en la sede de Diaconía, Joselito propuso que la actividad fuera una roda de dialogo con dos grupos de jóvenes que en su proceso han desarrollado compromisos fuertes ya en el nivel de influir en las políticas de juventud que se construyen en la ciudad. Es decir, un encuentro muy charladito sobre cómo es Colombia y las problemáticas parecidas a las de aquí, especialmente sobre los jóvenes.

El primero de estos grupos fue Kebra Cabeça, del barrio llamado Morro da Conceição, que está en una montaña presidida por una iglesia donde está la tradicional virgen Nossa Senhora da Conceição, sitio de peregrinación popular hace muchos años y aún hoy, aunque con un poquito menos fuerza que antes. Vinieron Ewerton, Simone, Leozinho, Mailson, Leozinho, Mailson, Isabelle e Leonardo. Ewerton e Isabelle nos recogieron en el paradero final del bus que va para allá, cerca de la iglesia y de una cancha de micro donde a esa hora el ambiente estaba superanimado. Parecía cualquier barrio popular de Bogotá. Luego nos mostraron la sede donde están funcionando gracias a un acuerdo con la Secretaría de Educación de la ciudad, en el cual ellos manejan una parte de la Escuela de Adultos que funciona los fines de semana en un colegio al lado de la iglesia. Como siempre, no pudo estar todo el grupo, varios llegaron tarde, unos sólo pudieron estar un rato. Ewerton estaba preocupado porque quería que hubiera más gente y le daba embarrada con nosotros... Pero los poquitos que estuvimos charlamos como pudimos. Realmente es tan parecido a cualqueir grupo juvenil de cualquiera de nuestros barrios! Ewerton e Isabelle hablaban todo el tiempo y querían preguntar más, pero nosotros queríamos que hablaran todos, así que intentamos con una dinámica de presentación haciendo cada una estatua de lo primero que se le vinera a la cabeza sobre Colombia. Aunque la timidez persistió, hubo espontaneidad y fue chistoso, así que vimos diferentes situaciones, desde el joven que acaba de entrar por curiosidad, hasta el que lleva muchos años en procesos juveniles y está preocupado porque le queda poco tiempo para atender sus necesidades propias. Hubo mucha curiosidad por saber del mundo de la calle y del mundo de los jóvenes en Colombia, pero el tiempo era muy corto y nuestro idioma muy limitado. Por ejemplo, hablamos de cómo se dice por aquí una "olla", un "jíbaro", pero lo olvidamos... El final de la visita fue un recorrido por el barrio, donde alcanzamos a ver la sede de una organización que trabaja con perspectiva de género hace más de 15 años en el barrio, una sede de un grupo que participa en el carnaval y el ambiente de la cancha de micro, que seguian jugando a las 10 de la noche, Uno de los organizadores del campeonato es de Kebra Cabeça, pero por estar ahí no pudo estar en nuestra reunión. Como ya estaba cerca de salir el último bus (y teníamos que coger dos para llegar a Olinda), nos acompañaron al paradero, cambiamos e.mails y nos despedimos, muy contentos todos de haber hecho este contacto.

Como estos días tuvimos las pilas de la cámara descargadas solo podemos mostrar el material que nos dieron sobre ellos.







Un par de días después, tuvimos en otro barrio de la ciudad, más bien clase media (Espinheiros), el encuentro con el grupo Centro de Comunicação e Juventude, que es un grupo de jóvenes más metidos en cosas de diseño alternativo. Pero si hubo dificultad para reunir a los de Kebra Cabeça dos días antes, este grupo quedó reducido a sólo dos personas prácticamente: Raquel y Cleyton. Raquel es la educadora encargada de enseñar diseño a adolescentes y jóvenes. Aunque ya es quizás un poco mayor que nosotros, tiene el carácter juvenil de la gente inquieta. Cleyton es un joven que paso por una época en que hizo rap y graffitti, y aunque ahora ya no está directamente metido en ello, continúa relacionado por el cuento del diseño y la relación con muchos jóvenes artistas con los que la CCJ está en contacto. La actividad aquí fue charlar informalmente con Cleyton, mostrarle lo que pudimos de cultura colombiana aprovechando youtube, pues él estaba trabajando con el computador (mientras mirabamos "De dónde vengo yo", de Chocquibtown, entró un amigo de él que decía asombrado -Son más negros que nosotros), luego Raquel nos mostró lo que estaba haciendo de formación en diseño con un par de adolescentes que estaban en ese momento allí. Pasamos un buen rato de la mañana allí y luego nos conectamos a través de facebook para mantener el contacto.



También nos pasaron un material sobre una exposición que un fotógrafo que se formó aquí, en procesos con el CCJ, está haciendo ahora en Holanda, con fotos tomadas de procesos comunitarios de varios barrios de Recife.




Por la tarde, después de visitar a la CCJ, estuvimos de nuevo con nuestros incondicionales Ricardo y Yone.


Recordando el tópico del coco diario de Ricardo, nuestro primer anfitrión, mientras repartíamos los supercocos que trajimos de regalo para los grupos con que nos fuéramos a encontrar, decíamos: Aquí en Brasil tienen mucho coco, pero en Colombia tenemos supercoco, y nos declaramos con la mona embajadores del producto para todo Brasil. La lástima es que ya se nos acabaron. Repartimos en el Morro de Conceiçao, con el grupo Kebra cabeça, en Espinheiro, con el Centro de Comunicación y Juventud, en casa de Hilton y con algunos amigos. Los últimos los regalamos al salir de Recife, a Yone, a quien no sólo le encantó el nuevo dicho del coco y el supercoco, sino que le gustó el dulcecito, que le supo a cocada fina. En general, los supercocos fueron un éxito por aquí.


Esa tarde estuvimos en el barrio Boa Viagem, que es de playa, pero tiene aviso de tiburones, entonces fuimos a un centro cultural y nos tomamos una foto con la familia de Lula cuando era pequeño. El cuento es que eran pobres y se tuvieron que ir a buscar la vida al interior del país, lo cual en su época era toda una aventura incierta. Por allí, si no estoy mal fue donde se nos fueron acabando los supercocos.




sábado, 12 de noviembre de 2011

Tópicos de Brasil


Tres días de paso por Sao Paulo apenas dan para conocer unos cuantos tópicos de Brasil. La mayoría de ellos, contados por Jhon Jairo y Óscar, nuestros anfitriones estrella. Jhon Jairo es el mismo de Santa Librada, amigo de muchos años, que llegó aquí buscando un mundo de mayores alternativas, y que ciertamente lo es. Cuando estuvimos hace unos meses también de paso, esa vez para un congreso de antropología en Curitiba, nos llevaron a la Avenida Paulista, al barrio japonés, a la Plaza de Sé, donde está el punto cero de la ciudad, cuya nomenclatura y distribución de calles comienzan allí. También nos llevaron a los edificios más altos y más bonitos o extraños (el Italia, otro parecido al Empire State y otro de Niemeyer), aunque no pudimos entrar en todos. Conocimos el mayor tesoro de Brasil, para los amantes de las frutas, como nosotros, que son el açaí y la acerola… Esta vez, la visita coincidió con un día de estudios de la maestría de ellos y otro día nos fuimos con mi primo Yesid, Diana y Santiago la parte de familia de mi tio Ernesto que se trasplantó aquí por trabajo.

Más independencia se presta para más anécdotas, así que nos pasó que el segundo día aprovechamos para ir, solos, hasta el museo Paulista, que queda en la estación Ipiranga. Cuando salimos del metro, nos orientamos hacia una salida qua atraviesa un parqueadero de suelo arenoso y muros de hojalata, daba un par de curvas bajo la dirección de las hojas de hojalata y en la recta final vimos dos borrachos discutiendo en toda la mitad de la vía peatonal. No parecía peligroso, pero después de pasar por el lado de ellos, un metro después, se abrió a nuestros ojos un panorama ruinoso, de casas de hojalata de colores sucios, a juego con las hojas que delimitan el parqueadero por donde habíamos pasado. Cada casa parecía un pequeño local comercial a punto de caer, pero había algunas personas dialogando en las barras de esos puesticos. La mayoría de la gente estaba en la calle, pero como directamente ante la puerta del parqueadero no había una puerta, sino el costado opuesto de una calle a la que llegamos perpendicularmente, parecía como que nos habíamos estrellado con un cuadro gigante hecho con las personas y las casas y los locales y los borrachos a punto de agarrarse a pico de botella que acabábamos de pasar. Los dos pensamos al tiempo “aquí seguro que nadie tiene ni idea donde está el museo Paulista”, porque no era un ambiente como para internarse en el cuadro, daba respeto, como si la línea de final de parqueadero y entrada en la calle fuera una puerta a dimensión desconocida. 30 centímetros adentro, y con varios ojos entre sorprendidos y amenazantes sobre nosotros, giré 90 grados a la izquierda para mirar a María José y a una señora que estaba sentada en el escalón de la primera de esas casas de lata a quién pregunté –Você sabe onde é o museo Paulista? Ella no sabía. Entonces, marcha atrás. Luego un policía (o guarda, no recuerdo bien), de la estación nos indicó por dónde era. Era para el otro lado. Fuimos relajándonos, hablando de la impresión que nos causó esa tremenda profundidad de favela pegada a una salida del metro. En ninguna parte habíamos visto nada así.

El resto de tarde fue caminar en la dirección indicada, pensando que estaba saliendo más lejos de lo que pensábamos. Sentirnos más tranquilos al ver que dejábamos la zona industrial, a donde llega el metro en Ipiranga, y finalmente no encontrar el museo Paulista, sino unas instalaciones deportivas y un parque grandísimo que, caminándolo, vimos que era el parque de la independencia. Lo más llamativo era un monumento gigantesco, donde se presentaban diferentes cuadros de la historia de independencia de Brasil, coronados, como en tantos monumentos del mismo estilo por una carroza espectacular con unos caballos imponentes y mucho movimiento y fuerza en todos los pasajeros. Desde allí se veía un edificio amarillo hermoso, por el que habíamos pasado ya cuando llegamos, y que habíamos decidimos dejar para después, pues parecía algo gubernamental y a lo mejor la entrada era restringida. Comimos en un prado al lado del monumento, nos tomamos fotos, miramos los lugares donde los brasileros se toman fotos ellos (especialmente una lámpara de aceite o petróleo, gigante que está delante entre el monumento y una bandera gigantesca), y vimos que estaban preparando el parque para una carrera atlética al día siguiente.



El camino hacia la casa bonita amarilla era amplio y con un descenso suave, de unos cinco grados, donde muchos skaters practicaban en ese momento. Los eludimos, cruzamos la calle y fuimos a ver qué era lo que quedaba en la casa amarilla, antes de irnos a la casa, pues ya eran las cinco de la tarde y teníamos planes para la noche. Era el Museo Paulista. Ya estaba cerrado.


Pd: Los tópicos de Brasil los quedo debiendo pues hasta ahora estamos haciendo la lista con María José y aún no está presentable.