martes, 22 de noviembre de 2011

Dos colombianos excepcionales

Uno de los temas que más nos gustan a los colombianos en el exterior, son las historias de rebusque en el que resaltamos nuestra capacidad de adaptación y fuerza para mantenerse vivo y activo. Del tiempo que llevamos en nuestro viaje en Brasil sólo hemos conocido a dos personas de nuestro país, un colombiano y una colombiana, que serán útiles para alimentar este ego malsano de patria que nos hace mirarnos el ombligo, pero que no consigo evitar que me emocione un poco.

El primero de ellos es Mauro, un artesano que nos cruzamos con María José cuando íbamos a nuestro primer paseo por el Recife histórico. En el último puente que hay que pasar (puente Mauricio de Nassau), a eso de las 7:30 p.m. una hora en que aquí ya está bien oscuro, andando con la precaución típica de bogotano cruzando puente, nos cruzamos al tiempo que él lanzó un breve "bonita su mochila" y "colombiano?". Pasó sin detenernos, consecuencia de la precaución bogotana de en la calle no parar de caminar. Pero después de cuatro metros, dije que sí y pregunté si él también era colombiano. Dijo que sí y nos pusimos a hablar. Dijo que venía de Caqueta y que llevaba tres años en Brasil, su acento ya marcado por tanto hablar portugues. Estaba emocionado y ofreció regalar unos aretes a María José, luego se despidió, invitándonos a una fiesta que había en una casa del barrio del Pilar, ambiente alternativo e interesante, seguramente crítico con las ideas de la prefeitura da cidade. Aunque, nos llamó la atención, no nos animamos, apenas lo acabábamos de conocer.

En los días siguientes nos encontramos un par de veces, siempre invitaba a algún plan. La segunda de estas veces fue en Olinda, acompañados de un joven y entusiasta brasilero -Otavio- que batía sus brazos al hablar, como si fueran las aspas de un molino, y saltaba para indicar que estaba emocionado, Mauro pregunto "y este ya se metió algo?". Como no sabíamos, nos encogimos de hombros, pero el chico brasilero era buen tipo, solo un poco raro y que estaba hoy muy contento. Entonces, él comentó que había una fiesta que se llama la terça negra y que era esa noche. Nos mostró un restaurante cerca de la playa donde hacen caldinho de sururú, un molusco de la región, a 2,50 reales. Barato para el sector. Así que lo invitamos y luego aceptamos el brasilero y yo, ir con él a la fiesta negra, que por lo visto era algo bastante tradicional.

En el camino, sacó su flauta de PVC en el bus y tocó "Moliendo café" y dos canciones brasileras que animaron mucho a la gente, es chistoso, asi que hacía a la gente aplaudir diciéndo "ayudemen, ayudemen". Otavio y yo ayudamos al ambiente y haciendo ver que gente del bus contribuía al arte. Pero por estar ocupados en ello nos pasamos del sitio en que había que bajarse. Tardamos un poco más en llegar, pero al entrar al Patio de San Pedro, que es donde se celebraba la Terça Negra (martes de los negros), el poderío de la música africana me pareció impresionante. Mientras en la tarima grupos de mucha percusión y voces prodigiosas cantaban, entre el público, jóvenes capoeiristas bailaban y se retaban entre ellos, en un ambiente muy alegre y cordial. Mientras tanto, él me contaba detalles de su historia, su paso por las fronteras con Venezuela y luego entre Venezuela y Brasil, su última vez que estuvo en Manizales, donde tenía una novia que estudiaba teatro en la Universidad de Caldas que quiso irse con él. Quedamos de que enviaría algo para ella, pero de pura mala suerte en los días siguientes no nos pudimos charlar de nuevo en condiciones.

La segunda es Diana, una caldense, de Samaná. Sólo de pensar en ese pueblo sentimientos hondos se me atraviesan porque sin conocerlo, es uno de los símbolos de la crueldad de la violencia de la última década en nuestro país. Ella pasó por la fiesta de la casa de Hilton, ya en los últimos días de nuestra estancia en Recife. Allí, la vi mezclada entre un grupo de brasileras que bailaban musica coco, muy tradicional de las zonas rurales del sertón nordestino. Música muy alegre cuyo paso es difícil de coger al comienzo. No sabía que era colombiana. En el baile de la ciranda, en el que toda la gente hace una rueda, estuvimos cerca y nos saludamos con el típico cruce de cejas. Luego de la fiesta, ya charlamos un poco, ella me preguntó si era colombiano y de dónde. Yo le pregunté lo mismo. Entonces me contó que salió en el 2005 del pueblo y que hace un año que está en Brasil. Vive en Olinda y también sabe de artesanías. Intentamos explicar a las personas que estaban con nosotros de lo que estábamos hablando, pero no fuimos capaces de dar a entender la dimensión del horror que se vivió en esa parte de Caldas, donde en los últimos años hubo más de 60.000 personas que quedaron en situación de desplazamiento forzado. Sus padres ya están tratando de volver al pueblo, pero el proceso es difícil. Ojalá cuando vuelva nos invite, para participar un poquito de esa recuperación.

1 comentario:

  1. Hola Javier, qué excelentes crónicas. Bacano ese registro. Quiero hacerle una consulta: Estoy haciendo la corrección y edición de un libro - memorias de los semilleros de investigación. El libro tendrá ISBN y serán coautores el coordinador del semillero y los estudiantes. Usted ha tenido semillero ¿no presentarán texto? Yo sé que ud. por allá no puede..¿puedo ayudarle con la elaboración del artículo? ¿Puedo coordinar con los estudiantes que participaron del semillero? son 3 o 4 páginas... Usted me dirá...

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