miércoles, 28 de diciembre de 2011

Mirando a la favela

Es repetir, decir que Rio de Janeiro tiene muchas desigualdades sociales. Para el observador colombiano, quizás lo que llama más la atención de la forma en que está distribuida, o mal distribuida la riqueza, es el desorden. A diferencia de Bogotá, donde en general el norte es rico y el sur pobre, con variaciones, claro. O Medellín donde abajo es rico, y arriba es pobre. O cali, que es el revés que en Bogotá. En Salvador, la ciudad está formada por innumerables cerritos y sus consecuentes valles. Uno piensa al comienzo que arriba –donde ventea- se hicieron los ricos, y abajo –donde se siente más bochorno-, les tocó a los pobres. Pero al ir mirando más allá del tercer cerrito uno se pierde. Pero en Rio de Janeiro, las dimensiones de los cerritos se hacen imperiales como si Dios aquí fuera egipcio y le diera por hacer la geografía imponente. Es una región llena de lo que llaman morros, cada uno es una piedra de una sola pieza (técnicamente, un batolito, si no recuerdo mal), que se formó de magma hirviente cerca de la superficie hace centenas de miles de años y luego se irguieron hasta alturas de entre 400 y 700 metros cobre el nivel del mar, todo en el lugar que hoy es Rio. Por eso también el mar es profundo aquí y la Bahía de Guanábara es ideal para que entren barcos pesados, que entonces quedan bien protegidos de las tempestades.

Y por eso también, las favelas en Rio, tienen algo que ver con los morros. Son lugares que no llamaron la atención de los colonizadores portugueses, ni tampoco de la burguesía floreciente desde el siglo XIX, de manera que cuando la ciudad se comenzó a poblar rápidamente como toda grande urbe del siglo XX, los más necesitados de casa invadieron hasta donde los morros se lo permitieron, con la feliz ventaja de que la roca es dura y los deslizamientos no son tan fáciles como en Manizales, por ejemplo, aunque las pendientes sean quizás mayores. Pero los morros tienen formas y distribución caprichosa y algunos, mejor ubicados ya fueron poblados por algunos personajes importantes a comienzos del siglo XX, de manera que las casas de las élites y de los invasores de predios, a veces quedaron bastante cerca.

Por eso, cada noche, desde que estoy en el apartamento del barrio de Copacabana, que la familia Bulcão nos ofreció a precio de excepción, para la temporada (para final de año, los alquileres de apartamento en esta zona se disparan a precios alrededor de los 1.000 reales, sólo por la noche del 31 de diciembre), miro a la favela de en frente, llamada Pavão – Pavãocinho, de la que, en el decimo piso que nos encontramos, estamos separados por unos 200 a 300 metros en línea recta. Mejor dicho, un teleférico directo no necesitaría una sola torre. He visto tarabitas más largas para pasar ríos en Colombia.

La otra favela que conocemos, se llama Santa Marta, y está al lado del barrio de Botafogo, también pegada a otro morro de piedra, delante del morro mayor de por aquí, donde se yergue el Corcovado imponente sobre toda la ciudad. Allí subimos en los días que pasamos con la familia Bulcão, antes de ir al apartamento en Copacabana. Las dos favelas tienen en común el ser "zonas pacificadas" recientemente, y el "bundinho", que es una especie de funicular-ascensor que presta el servicio gratuito desde el pié del morro hasta la cima. Nada que ver con el exorbitante precio de 53 reales (54.000 pesos colombianos) que cobra el teleférico que sube al Pan de Azúcar, que como morro ya era demasiado vertical como para que alguien pusiera casas en sus laderas. Este ha sido un morro muy militar. Como es un punto estratégico en la entrada a la bahía de Guanábara, a lo largo de la historia, no se ha permitido a nadie que no fuera las fuerzas defensivas de la ciudad vivir por ahí. Ese morro es el antónimo de favela, pues es el morro de clase alta.

¿Quién pagaría 53.000 pesos colombianos por un ratico de vista desde un lugar alto? No hay ni siquiera historia allí, solo unas instalaciones para sacarle la platica al turista. Los que no quieren o no pueden pagar, tienen la alternativa de subir caminando, por un camino boscoso, muy bonito, hasta la cima del morro de Urca, la estación intermedia del teleférico, donde también hay locales comerciales que sacan la platica del turista y del habitante de clase media tacaño que no quiso pagar. Ese paseo toma una hora de subida más o menos.

Sin pagar un real (ni peso colombiano) también subimos a la parte más alta (quinta estación) de la favela de Santa Marta, y caminamos hasta el mirador de Pedrão, desde donde tomamos las mejores fotos que tenemos de Rio, incluyendo la que usamos como fondo para nuestra tarjeta de navidad. Comimos el "Frango a passarinho" más barato y rico de la ciudad cerca de la tercera estación, en un restaurantico sencillo, que algunos habitantes del barrio nos indicaron, pues no es tan visible y hay que bajar unas escaleras estrechas que nos llegaron a dar un poquito de desconfianza, si no fuera porque varias personas de diferentes edades y condiciones nos dijeron que no había ningún peligro con la expresión típica "fica a vontade... não tem problema não". En la cuarta estación hay una estatua de Michael Jackson de la que no tomamos fotos porque estábamos asediados por una pandillita de preadolescentes que nos pedían dinero insistentemente, que decían que esa placita es suya y por eso tenían derecho a cobrar... pero no fueron agresivos, sólo pretendían burlarse de nosotros.

La favela de Pavão-Pavãozinho es unas tres veces más grande y, aunque la tuvimos más cerca, no sacamos el tiempo para subir el bundinho de allí. Sólo una tarde, al final de diciembre, pasé por una calle del pié de la ladera, mirando el ambiente comercial y buscando un vasito de açaí barato, que claramente encontré. El más barato de toda la ciudad: 2,50 reales! Luego, nuestro amigo Jhon Jairo, quien creció al sur de Bogotá, en Santa Librada, y con quien estuvimos un par de noches (y con varios amigos más: Oscar, Jaime), incluyendo la de año viejo (a la que se sumaron Michele, Sergio y Cadú), charlando, paseando, recorriendo la noche de Copacabana y la madrugada de año nuevo... Iba a decir, nuestros amigos cerraron nuestra experiencia de favelas en Brasil contemplando la vista nocturna desde el apartamento en Copacabana. Les contamos la historia que João, dueño del apartamento nos había contado, que en la época de la "pacificación", habían entrado dos tiros por la ventana por la que estábamos mirando. Oscar preguntaba: -Ya subieron allá?, Jhon Jairo mostraba a sus amigos brasileron, como tratando de explicar: -Miren, parecido a esto es el barrio donde crecí... Vivíamos allá con Javier.

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