miércoles, 28 de diciembre de 2011

Historias para un montaje de teatro del oprimido

Con la cantidad de viajes, que aumentó desde que regresé a Colombia, había ido olvidando la ansiedad y los nervios que tuve en mis primeras experiencias de pasos de inmigración en aeropuertos internacionales. Sobre todo la primera vez que fui a España, y la primera que regresé a Colombia, era como entrar en una tienda con la sensación de haberla robado ya, pero sin haber robado ni haber entrado nunca antes ahí. Es decir, había que disimular, pero ¿disimular qué?, que uno no ha hecho nada. Da igual que uno entre o salga de un país, siempre es la misma sensación. Con los años aprendí a disimular mejor que no he hecho nada y ya me había ido olvidando.

Por eso, cuando en la segunda sesión del taller de teatro del oprimido, la semana antepasada, nos planteamos cada uno la situación a ser representada, para comenzar a elegir, recordé la fila en la subdelegación de gobierno en Barcelona, cuando para pedir permiso de trabajo los extranjeros de toda condición debíamos hacer fila desde la noche anterior en la acera del frente, defendiéndonos de mafias que amedrentaban a los de los primeros puestos para quedarse con sus puestos y venderlos al comienzo del día a los abogados, y algún que otro matón o ejecutivo,  que pagaban por ellos para representar a sus clientes en primer lugar. Nos organizábamos para cuidar la fila, en acuerdo con la última guardia de la policía que prometía respetar la lista organizada por los primeros de la fila, y finalmente rabiábamos al otro día cuando los guardias de la subdelegación nos trataban de hijos de puta y nos hacían correr dando la vuelta a la manzana para hacer de nuevo la fila al otro lado de la acera.

Pero la historia de mi nuevo amigo Weber era mejor para ser representada. A él lo deportaron del aeropuerto de Londres, no por ser brasilero, sino por parecer árabe, en el año 2003. Hicieron caso omiso de sus documentos certificando que ya había pagado la matricula para un curso de música o artes (con todas las versiones que fuimos ensayando, perdí el dato original), hicieron caso omiso de que él demostraba capacidad para poderse sostener allí mientras estudiaba. Lo encarcelaron durante horas, y en ese tiempo un funcionario le contrarió por la manera de vestir, dando a entender que si se vestía muy alternativo no podía esperar que lo fueran a dejar entrar, pues supuestamente ya había muchos así en Inglaterra y eran indeseables, y finalmente lo enviaron de regreso a Brasil.

Los dos nos pusimos de acuerdo fácilmente en que su historia era la más representable para proponerla al grupo y la otra alternativa que propusieron los demás compañeros era una historia de un(a), joven que quería ser artista y era sistemáticamente cohibida en su casa y en el ambiente a su alrededor hasta que ella elegía algo conforme a las presiones, y trataba de adaptarse. La sesión en que tomamos la decisión fue difícil por la estrechez del tiempo para preparar las primeras representaciones de ambas propuestas, que también fue poco tiempo para debatir la conveniencia y pertinencia de ambos temas para todas y todos, y finalmente por la votación reñida, que fue un 5 – 4.

En las sesiones siguientes, las técnicas desarrolladas por Augusto Boal y sus seguidores fueron efectivas en ayudarnos como grupo a encontrarle perspectivas diferentes a la pieza, comprender la sicología de cada personaje que interviene, reconstruir la lógica de la opresión para poderla mostrar en escena, establecer el equilibrio y desequilibrio de fuerzas en los diferentes momentos y los márgenes de juego de cada uno. Adicionalmente, Claudia (ver video) y Monique, las coringas, joquers, arlequinas, animadoras del taller, ayudaron a que todos nos orientáramos a señalar con claridad el tema sobre el cual se presenta la situación de opresión que queríamos representar. Surgieron varios: racismo, xenofobia, políticas de inmigración, derecho a la libre circulación, entre otros.

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